viernes, 23 de marzo de 2012

Yin Yoga ¿Debo permanecer o debo salir?

Yin yoga, en caso de que nunca hayas oído hablar de Yin Yoga antes, es un estilo de yoga en el que te mueves lento hacia un estiramiento muy intenso y luego sólo tratas de relajarte en la postura durante cinco minutos o más. Uno de mis practicantes cariñosamente lo llama la "Cámara de Tortura."

Es una práctica muy profunda, puede ser muy relajante y, a veces, muy emocional. Se llama "Yin" en oposición a la mayoría de los otros estilos de yoga ("yang") que estiran, fortalecen y calientan el cuerpo de forma más dinámica. Por ejemplo el yoga Vinyasa fluye fácilmente, es estéticamente bello, en comparación, Yin yoga es una exploración de las sombras, la lucha, e incluso la destrucción de Kali. Suena divertido, ¿verdad?

A veces llegamos al Yoga para -de alguna manera- unificarnos. Otras veces llegamos al yoga, porque necesitamos a desmoronarnos. Porque sólo cuando estemos dispuestos a rompernos en pedazos, tenemos la opción de poner nuestras piezas juntas de nuevo. Podemos llegar a ser "nuevos".

Cuando entramos en la postura del cisne (una postura de apertura profunda de la cadera) y permanecemos allí por un tiempo, algunas cosas pueden suceder. Te sientes incómodo. Tu mente te pedirá moverte, cambiar algo. Te preguntarás si el profesor se ha olvidado de ti.  Sentirás que el calor se eleva. Te sentirás triste. O te vas a enojar. Quizás aparezcan recuerdos profundamente enterrados, se harán visibles en tu mente consciente. Te imaginas una escena de batalla en tu mente. O empiezas a llorar. Te puedes aburrir. O vas a empezar a reír. Quizás quieras golpear al profesor en la cara cuando las sensaciones intensas vuelvan una vez más a tus piernas.

Así se puede ver cómo la práctica de Yin Yoga es, en cierto modo, un microcosmos de la vida misma.

Y mientras estamos sentados allí sufriendo la montaña rusa emocional que la postura (en este caso, del cisne) plantea, estamos practicando una destreza muy útil, el discernimiento o viveka, en sánscrito, es la capacidad de conocer la respuesta a la eterna pregunta, ¿debo quedarme o debo salir?

Sabemos que, en el yoga, cierta sensación de malestar o incomodidad está bien. El malestar puede ser bueno. Esto significa que hemos llegado hasta el límite. Imagina una valla. Podemos ver las fronteras, ver cómo se siente estar allí, y mirar por encima al otro lado sin tener que saltar sobre el alambre de púas. Podemos pasar el rato en un lugar que amenaza con revelar una capa más profunda de nuestro ser verdadero, aún cuando la mente está haciendo todo tipo de trucos para tratar de volver a su zona de confort.

El dolor, sin embargo, no está bien. El dolor es la señal del cuerpo de estar transitando un espacio que no es seguro. Independientemente de lo que está pasando en la mente, el cuerpo está enviando advertencias que provocan tensión, la respiración comienza a acelerarse, y el sistema nervioso simpático se prepara para la lucha o la huida. Si esto sucede, tenemos que salir. Salir de la postura, encontrar una nueva postura, ajustar la postura con el uso de elementos (almohadones, mantas, etc), o salir del salón de prácticas. Está bien si uno no está listo todavía. Echando un vistazo a la valla nos da una gran cantidad de información, no siempre tenemos que estar listos para saltarla.

A veces pienso que lo que estamos practicando en yoga es todo lo que sucede fuera de la colchoneta de yoga. Cuando lleguemos a comprender la diferencia entre el dolor y la incomodidad en nuestros cuerpos, lo podremos aplicar en nuestras vidas. Nos plantea una buena pregunta: ¿es esta incomodidad que siento algo de lo que puedo aprender o es hora de salir de esta habitación/trabajo/relación/ciudad?

Es una cosa increíblemente valiente permitirse a uno mismo permanecer en lugares incómodos y estar al mismo tiempo, presentes. Es tan fácil para nosotros adormecernos en la postura distrayéndonos, planificando el resto de nuestro día, o cambiando incesantemente los apoyos alrededor. Lo hacemos todo el tiempo en nuestras vidas, llenamos nuestros horarios hasta el límite, así no tenemos que estar a solas con nosotros mismos, saltamos de una relación a otra, de manera que no tenemos que estar a solas con nosotros mismos, beber o fumar o cambiar trabajos o ciudades constantemente para no tener que estar a solas con nosotros mismos.

Nuestras vallas se pueden sentir enormes e infranqueables en nuestras mentes, cuando en realidad nunca se las mira. Unos minutos a solas contigo mismo y con tu cuerpo, más allá de tus límites, puede ser una experiencia aterradora y profundamente poderosa.

Entonces, un día, la valla se ve un poco más pequeña, un poco menos intimidante.
Y otro día, darás un salto y pasarás la valla.


Fuente: http://www.spiritualityhealth.com

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